"Yo quiero servir y ayudar a mis semejantes. ¿Cuál es la mejor forma?". | Krishnamurti

Ante un Mundo en Crisis Problemas Económico-Sociales Ojai, 1944 

Pregunta: Yo quiero servir y ayudar a mis semejantes. ¿Cuál es la mejor forma? 

Krishnamurti: La mejor forma consiste en empezar a entenderos y modificaros vosotros mismos. En el deseo de ayudar y servir al prójimo se halla oculta la vanidad, el engreimiento. Cuando uno ama, ayuda. Este afán de ayudar nace de una vanidad. 

Si queréis ayudar a otro ser tendréis que conoceros a vosotros mismos, pues vosotros sois el otro ser. En lo externo podemos ser diferentes; amarillos, negros, morenos o blancos. Pero a todos nos mueve el deseo, el miedo, la codicia o la ambición; por dentro nos parecemos mucho. Sin entenderse a sí mismo, nadie puede entender ni servir realmente al prójimo. Sin conocimiento propio, ¿cómo podréis tener conocimiento de las necesidades ajenas? Sin el conocimiento de sí mismo, el hombre actúa en la ignorancia y engendra sufrimiento. 

Analicemos lo que antecede. La industrialización se difunde rápidamente a través del mundo, impulsada por la codicia y por la guerra. La industrialización puede dar trabajo y alimentar a la gente, ¿pero cuál será su resultado final? ¿Qué le ocurre a un pueblo altamente desarrollado en el aspecto técnico? Será más rico, tendrá más automóviles, más aviones, más lugares de diversión, más cinematógrafos, casas mejores y en mayor número, ¿pero qué le acontece como conglomerado de seres humanos? Que ellos se vuelven cada vez más duros, más mecánicos, menos creadores. 

La violencia sienta entre ellos sus reales: y el gobierno, en tales circunstancias, es la organización de la violencia. La industrialización podrá traer mejores condiciones económicas, ¡pero con qué espantosos resultados! Conventillos y barrios miserables, antagonismo entre trabajadores y no trabajadores, caudillos y esclavos, capitalismo y comunismo, es decir, todo ese caos que se extiende rápidamente a diversas partes del mundo. Suele decirse que por suerte habrá elevación del nivel de vida, que la miseria será liquidada, que habrá trabajo, libertad, dignidad y otras cosas más. Lo que hay y que continúa, mientras tanto, es la división de los hombres en ricos y pobres, en poderosos y ambiciosos de poder. ¿Y el final de todo ello, cuál es? ¿Qué ha sucedido en Occidente? Guerras, revoluciones, amenaza constante de destrucción, infinita desesperación. ¿Quién brinda ayuda a quién, y quién sirve a quién? Cuando todo cae destruido en torno nuestro, los hombres de pensamiento tienen que investigar a qué causas profundas ello obedece. ¡Son tan pocos, empero, los que parecen formularse ese interrogante! El hombre al que una bomba le hace volar la casa envidia sin duda al hombre primitivo. La civilización ha sido llevada a los pueblos “atrasados”... ¡pero a qué precio! No basta servir a nuestros semejantes; hay que considerar cuáles serán las consecuencias de dicho “servicio”. Pocos son los que perciben las causas más profundas de tanto desastre. No es posible destruir la industria ni prescindir de la aviación; lo que si resulta posible es extirpar de raíz las causas que conducen a su mal empleo. Las causas de todo ese espanto residen en vosotros mismos. Podréis desarraigarlas, lo que representa sin duda una tarea difícil. Pero como el hombre no hace frente a esa tarea, trata de legalizar o prohibir la guerra; surgen los pactos, las ligas, la seguridad internacional y otras cosas por el estilo. Pero la codicia, la ambición, se sobreponen a ellas, lo que trae como consecuencia la guerra y las catástrofes. 

Para ayudar a los demás, habréis de conoceros a vosotros mismos. Los demás, al igual que vosotros, son el resaltado del pasado. Estamos todos en relación los unos con los otros. Si padecéis en lo intimo de vuestro ser la enfermedad de la ignorancia, la mala voluntad y la ira, inevitablemente difundiréis en torno vuestro enfermedad y sombras. Si sois íntimamente sanos e íntegros, difundiréis luz y paz; no siéndolo, contribuiréis a producir peor caos y mayor miseria. Entenderse a uno mismo requiere paciencia, tolerante y despierta conciencia. El “yo” es una obra en varios tomos que no puede leerse en un día; pero una vez comenzada esa lectura, hay que leer cada palabra, cada frase, cada párrafo, ya que en ellos están las insinuaciones del todo. El comienzo de esa obra es el final de la misma. Si sabéis leerla, encontraréis la suprema sabiduría.

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